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La Madre María Cinta cumplió 75 años de Consagración: "Si mil veces naciera, mil veces sería monja"

Nacida en noviembre del año 1.920, la Madre M. Cinta oriunda de España fundó junto a otras monjas el Monasterio Inmaculada Concepción, en la ciudad de Concepción, y donde vive desde el año 1.990. Toda una historia dedicada a la vida contemplativa.

RELIGION 13 de febrero de 2022Vientos Tucumanos NoticiasVientos Tucumanos Noticias
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La Madre María Cinta en la misa con motivo de sus Bodas de Diamante de su Profesión Religiosa

“Saben cómo amo a nuestra diócesis, en la que he querido vivir y quiero morir, en compañía de estas hermanas que comparten día a día las preocupaciones, sufrimientos y alegrías de nuestros hermanos concepcionenses y diocesanos, y las presentan al Señor. Si mil veces naciera, mil veces sería monja, y monja dominica". Con estas palabras, algunos años atrás, la Madre María Cinta Rocher Tallada se pronunciaba en la Misa con motivo de sus Bodas de Oro de Profesión Religiosa.

Hoy, 15 años más tarde, las monjas del Monasterio Inmaculada Concepción, en la ciudad de Concepción, Tucumán, celebran con mucha alegría la misa por los 75 años de Consagración de la Madre María Cinta.

Parte de su historia, escrita y enviada a este diario por las Monjas del Monasterio

La Madre María Cinta Rocher Tallada, o.p. nació el 6 de noviembre de 1920 en Tortosa, Tarragona-España, en el seno de una familia profundamente cristiana, la segunda de cinco hermanos.

Desde pequeña dio muestras de tener un carácter vivaz, muy sensible a todo lo relacionado con la fe. Se graduó en la carrera de Filosofía y Letras, siendo que los estudios universitarios no eran frecuentes en las mujeres de su tiempo.

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En plena adolescencia, a los 16 años le tocó afrontar junto a su familia una de las pruebas más duras: la Guerra Civil Española (1936-1939). En ese tiempo trabajó como maestra.

Ingresó como postulante en el Monasterio Santa Catalina de Siena de Valencia el día 4 de agosto de 1945. Tomó el hábito el día 5 de febrero de 1946. En la fiesta de Ntra. Sra. de Lourdes de 1947 hizo su primera profesión, y en 1950 la profesión solemne.

La fundación del Monasterio Inmaculada Concepción (Concepción, Tucumán- Argentina)

Recibió del Señor el llamado a abandonar su tierra natal para implantar la vida contemplativa dominicana más allá del océano, donde una pequeña Iglesia particular deseaba contar con esta forma de vida. En el año 1989 la Federación de la Inmaculada preparaba una nueva fundación, con la Madre Cinta de 69 años como Vicaria. Un hecho íntimo y secreto le confirmó que era la voluntad de Dios: “En la oración sentí claramente una voz que me decía ¡VEN CONMIGO!” Ella quiso grabar esta frase al dorso de la cruz misionera que recibió al venir a América.

Ella confesaba que las cosas que le habían costado más entregar fueron su familia y su patria.

El 9 de junio de 1990 llegó al monasterio de Buenos Aires, partiendo el 27 del mismo mes con cuatro monjas más de los distintos monasterios de Argentina hacia el Monasterio Inmaculada del Valle (Catamarca). Esta comunidad las acogió con gran cariño y generosidad a lo largo de tres meses. Desde allí resultaba más fácil supervisar las obras de la casita que estaban acondicionando en Concepción a modo de monasterio provisional. El traslado definitivo a su destino se efectuó el día 4 de septiembre de 1990.

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La Madre María Cinta amó entrañablemente a la diócesis desde el primer momento, interesándose por conocer sus ciudades y pueblos, aunque sin salir de la clausura. ¡Las veces que encontramos a la Madre estudiando atentamente un mapa colgado en la pared de la casa! En algunas ocasiones hasta se arrodillaba para ver bien los puntos más inferiores del mismo. En muy poco tiempo logró identificar certeramente todas las localidades de la iglesia particular con sus respectivas parroquias y sacerdotes.

En 1994 participó en Torrente (España) de una Asamblea Federal. Fue desgarradora la hora de regresar a la Argentina porque suponía para ella una despedida definitiva, de ahí su decisión de no volver más decidiendo quedarse definitivamente con nosotras con la expresión: “Yo ya quemé las naves”.

Fue ella quien hizo de nuestra comunidad una casa de oración, de predicación, de acogida para todos sin distinción alguna. Gozaba de una gran simpatía y de un extraordinario don de gentes. Hizo mucho bien con su palabra y era fiel en el acompañamiento de las personas que se acercaban a ella. Todos se sentían especialmente amados y escuchados por ella. Por todos y con todos sufría y se alegraba. Oraba largamente, siempre de rodillas, ante el Sagrario.

Es una gracia contar aún con su presencia entre nosotras. Nos hemos visto enriquecidas por su vida y entrega. Es el tesoro que el Señor nos ha confiado y del que nos sentimos gozosas de cuidar. Alabamos, glorificamos y damos gracias a Dios por la obra que ha realizado y realiza en esta queridísima hermana nuestra.

Sus hermanas del Monasterio Inmaculada Concepción

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