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Hoy celebramos a San Pío de Pietrelcina, el franciscano que recibió los estigmas de Cristo

Cada 23 de septiembre la Iglesia Católica celebra a San Pio de Pietrelcina (1887-1968), a quien afectuosamente el mundo llama ‘Padre Pio’.

RELIGION 23 de septiembre de 2023 Vientos Tucumanos Noticias Vientos Tucumanos Noticias
padre pio
El Papa recuerda a Padre Pío: "Combatió el mal con humildad y obediencia"

Este franciscano italiano recibió los estigmas de Nuestro Señor Jesucristo, quien quiso asociarlo de una manera especial a su Pasión. El Padre Pío, como Jesús, se hizo ofrenda viva para cargar en propia carne los dolores y sufrimientos ajenos, consecuencias de la caída del ser humano. Por eso, no por error, le llaman ‘el crucificado sin cruz’.

El relato sobre los estigmas
“Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa… se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado”, relató el Padre Pío, en su momento, a su director espiritual.

“Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”, continuó el Padre.

Estas breves partes del relato resultan más que impresionantes. No obstante, haber llevado las heridas de Cristo y padecido de manera semejante a Él no lo empujaron a la ostentación -como suele suceder con los testigos falsos-. Todo lo contrario: hicieron del Padre Pío una persona única. La santidad que encarnó no radicó en el prodigio, como tampoco fue el caso de San Francisco de Asís -el primer santo en recibir los estigmas-. En el corazón del humilde sacerdote no hubo lugar -a pesar del frenesí a causa del milagro- para buscar la celebridad, la fama, o el “enigma”.

La santidad es una cuestión que sólo es posible en el orden de la caridad.

Un hombre ordinario

El Padre Pío fue fundamentalmente un santo de lo “ordinario”, en el sentido que, como todo mortal, tuvo que librar las mismas luchas espirituales por las que todos pasamos: Pío era un hombre como cualquiera, con defectos, fragilidades y virtudes.

Entonces, ¿en qué radicó la diferencia? La respuesta puede parecer excesivamente simple: el Padre Pío solo quiso pagar amor con amor. Quien vive consistentemente intentando esto, tarde o temprano, alcanzará lo “extraordinario”.

Por causa de la caridad, el Padre Pío recibió la extraordinaria capacidad para entender el alma humana, al punto que llegó a leer en varias oportunidades los corazones y las conciencias de quienes se le acercaban. Esa capacidad para penetrar y desnudar el interior que se quiere ocultar, lo ayudó a ser un confesor único. Abundantes testimonios corroboran que quienes acudían a él para confesarse encontraban el rostro misericordioso de Dios, que acoge sin condiciones al pecador. Y frente al que toda verdad queda expuesta.

Así como el Padre Pío se hizo famoso por haber recibido los estigmas de Jesucristo en las manos, los pies y el costado, así también se hizo célebre por haber obrado milagros en vida.

Los pobres
El Padre Pío fue un hombre preocupado por los necesitados. El 9 de enero de 1940 causó una de sus santas revoluciones. Convenció a sus grandes amigos para fundar un hospital, empresa considerada ‘imposible’. 

Debía ser uno de esos hospitales que sirva para sanar “los cuerpos y también las almas” de la gente necesitada de su región. El proyecto tomó algunos años, pero finalmente se inauguró el 5 de mayo de 1956, con el nombre de “Casa Alivio del Sufrimiento”. 

El Papa Juan Pablo II 

San Juan Pablo II expresaba sin tapujos que tenía una especial admiración por el Padre Pío.

No son pocos los testimonios que apuntan a que fue el santo fraile franciscano quien, en medio de la confesión, le predijo a quien tenía enfrente, Karol Wojtyla, que llegaría a ser Papa. 
De acuerdo a una carta enviada por el Papa Peregrino a los frailes de San Giovanni Rotondo unos tres años antes de morir, Wojtyla, cuando aún era un joven sacerdote, conoció al Padre Pio y se confesó con él. 

El contenido de la carta se hizo público -de acuerdo a la voluntad del Pontífice- luego de su muerte en 2005. En ella, Juan Pablo II llamaba al Padre Pío “generoso dispensador de la gracia divina, siempre a disposición de todos”. Lo describe, además, como alguien lleno de receptividad y sabiduría espiritual, especialmente en la dispensación del sacramento de la penitencia. El Papa polaco así daba fe de por qué grandes multitudes de fieles acudían al convento de San Giovanni Rotondo a buscar al Padre Pío.

Lo expresado por Juan Pablo II iba en contraposición total a esos círculos en los que se afirmaba que el Padre Pío era un confesor excesivamente riguroso, que trataba con dureza a los peregrinos. En ayuda de esto acude la certeza en que éstos siempre regresaban a ver al Padre, y encima convocaban a otros más.

Gracias al santo de Pietrelcina muchos se hicieron más conscientes de la gravedad de sus pecados, y, gracias a eso, pudieron arrepentirse genuinamente.

Epílogo: oración y caridad
El Padre Pío partió a la Casa del Padre el 23 de septiembre de 1968, después de varias horas de agonía, en las que repitió con voz débil “¡Jesús, María!”.

Durante la ceremonia de su canonización, celebrada el 16 de junio de 2002, San Juan Pablo II afirmó con contundencia: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del Padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.

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