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El Obispo de Concepción habló de una "Patria comprometida con los más vulnerables" en el Te Deum

Monseñor llamó a la dirigencia política y a la sociedad a reconstruir la patria sobre la base de la verdad, la unidad y la fraternidad, y advirtió sobre el avance del narcotráfico, la exclusión de los más vulnerables y la pérdida del compromiso con la dignidad humana.

RELIGION 09 de julio de 2025Vientos Tucumanos NoticiasVientos Tucumanos Noticias
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Obispo José Antonio Díaz durante el Solemne Te Deum / foto VIENTOS TUCUMANOS

Este martes 9 de julio por la mañana, se celebró el Solemne Te Deum en la Catedral de la ciudad de Concepción, encabezado por el Obispo de la Diócesis de la Santísima Concepción, Monseñor José Antonio Díaz. En su mensaje ante autoridades nacionales, provinciales y municipales, el prelado hizo un profundo llamado a la clase política y a la sociedad toda a construir una patria basada en la verdad, la unidad y la fraternidad, y alertó sobre los peligros que amenazan la libertad, especialmente desde el narcotráfico y la exclusión de los más vulnerables.

El Obispo planteó que no es posible crecer en libertad sin vivir en la verdad ni en fraternidad, y advirtió sobre la tentación —histórica y actual— de volver a esclavitudes que oprimen al pueblo: “Quizás una de las notas características de nuestra convivencia política ha sido anteponer las conveniencias a la verdad, a la unidad y a la fraternidad”, señaló. A esto sumó una fuerte crítica al abandono de los más indefensos: los niños por nacer, los ancianos, los pobres y quienes carecen de lo mínimo para vivir con dignidad.

Díaz también puso el foco en una de las problemáticas más graves que atraviesa Tucumán y el país: el avance del narcotráfico. “Nunca lo vimos tan cerca y con tanto desparpajo entre nosotros”, expresó con crudeza, alertando que incluso sectores de poder están contaminados. Instó a no caer en la indiferencia ni en la permisividad, y recordó que “una patria es como una familia: cuando los responsables dejan de cuidar a los hijos, éstos terminan desamparados”. Finalmente, convocó a todos a renovar la esperanza, señalando que sin un futuro claro y compartido, “la esperanza se apaga y el presente se vuelve infecundo”.

El mensaje completo del Obispo Díaz en el Solenme Te Deum 

Queridos hermanos:

Celebrando un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia, acá, en estas tierras donde se celebró ese Congreso General Constituyente, tenemos la oportunidad, en primer lugar, de dar gracias a Dios, como lo hicieron los mismos congresales luego de la firma de la declaración. Porque desde el principio, Argentina reconoció el valor y los valores trascendentes, el valor que tiene Dios en la construcción de un pueblo, como supo hacer caminar al pueblo de Israel por el desierto durante 40 años, constituyéndolo como pueblo.

Y, por supuesto, en medio de ese caminar hubo luces y sombras, como nosotros también las hemos padecido y vivido. De esa determinación valiente de aquellos que se convocaron y firmaron esta declaración, nace un imperativo: el imperativo de ser libres. La identidad de un pueblo se constituye justamente a partir de poder encontrar senderos de libertad, lo cual conlleva una condición heredada, pero a la vez asumida generación tras generación.

Ser libres implica una renovación y un aprendizaje constante. Todos los días estamos optando por vivir en libertad y por superar las tendencias contrarias que nos esclavizan. El pueblo de Israel, mientras iba caminando por el desierto, encontró muchas dificultades, y la primera tentación que tuvo fue la de volver a Egipto, porque extrañaba la comida, extrañaba tener lo suficiente para vivir dignamente, porque caminaban por el desierto. Hay ciertas tentaciones que nos hacen volver a esclavitudes anteriores y es como que no cobramos conciencia de cuán libres somos o no, porque de a poco nos vamos acostumbrando.

Pero no se puede crecer en libertad ni aprender a ser libres si no se vive en la verdad y en la unidad. Un pueblo necesita la verdad y necesita de la fraternidad, que es fruto de la unidad. No podemos renunciar a la búsqueda honesta de la verdad, la cual debe regir nuestros diálogos, intercambios, opciones de vida, proyectos personales o comunitarios. Como tampoco podemos crecer en libertad si no vivimos en unidad y fraternidad.

Ser libres conlleva construir una patria de hermanos, en donde todos nos sintamos corresponsables. Quizás una de las notas características de nuestra convivencia política y de la construcción de nuestra patria ha sido anteponer las conveniencias a la verdad, a la unidad y a la fraternidad. Esto conlleva cultivar la amistad social, que también implica avanzar en la cultura del cuidado: una patria comprometida con los más vulnerables, con aquellos que no pueden defenderse, con aquellos que están indefensos.

Los niños, en primer lugar, los que aún no nacieron, que también son ciudadanos, hijos de nuestro pueblo, miembros de nuestra patria. Si no respetamos la dignidad humana desde su inicio, viviremos en la injusticia y seguiremos llevando en nuestras conciencias la pesada carga de la sistemática eliminación de seres humanos inocentes. Pero también están nuestros abuelos, a quienes no se les reconocen sus plenos derechos. Aquellos que viven por debajo de las condiciones mínimas para una vida digna, por falta de trabajo o de un ingreso suficiente.

Con esto también aparecen en el escenario amenazas muy fuertes, de la mano del avance del narcotráfico, que se hace sentir cada vez con mayor fuerza en nuestra sociedad, contaminando todos los ámbitos de la vida social, incluso en altos niveles de poder. Si bien eso no es novedad, con ello ya convivimos desde hace mucho tiempo, nunca lo vimos tan cerca y con tanto desparpajo entre nosotros.

Frenar el avance del tráfico y el consumo de drogas es una necesidad imperiosa para vivir en libertad. Que no nos gane la indiferencia ni la permisividad, que permite el impune accionar de quienes lucran con la vida de nuestros jóvenes. Tenemos el deber de cuidar de las nuevas generaciones y abrirles un horizonte de esperanza.

Una patria es como una familia. Cuando los padres, que son los responsables, dejan de cuidar a sus hijos, entonces los hijos pierden la orientación en la vida, dejan de ser cuidados y terminan desamparados en la calle.

Estamos viviendo este año jubilar, en el que queremos reconocernos como peregrinos de la esperanza. Nuestra patria necesita caminar con un horizonte abierto. La esperanza, sin futuro —si no visualiza un futuro promisorio—, no se activa, y tendemos más bien al estancamiento y a vivir un presente infecundo.

Por eso, necesitamos crecer en la esperanza, que es abrirnos a un desarrollo pleno, integral, de toda la sociedad y de todas las personas que la conforman. Que la Virgen nos ampare y nos proteja en esta tarea.

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